martes, 28 de febrero de 2017

El género despunta

Cabello/Carceller – Borrador para una exposición sin título (cap. II).
Centro de Arte Dos de Mayo
20 de enero – 7 de mayo

Fátima M. Marín Núñez

            Somos más que el órgano que comemos. Somos el vacío de una piscina abandonada en la que seguimos flotando. El trozo de papel tirado, la copa derramada, los restos de una fiesta tras cada una de las metamorfosis acaecidas en ella. La contracorriente deslizándose al ritmo que no responde a normas. Como el reloj que une a Cabello/Carceller, que se hacen una cuando están en dos, y cuya carrera se celebra en la retrospectiva Borrador para una exposición sin título (cap. II), en el Centro de Arte Dos de Mayo, que fluye entre fotografías, ensayos performativos y piezas audiovisuales, sin finales ni principios, caminando entre cristales rotos en el suelo y almas quebradas cuya estela deja arañazos en la tapa del féretro. Donde nadie es culpable todos lo son. Y desde hace veinticinco años, estas dos artistas se confiesan antihegemonía. Haciendo de un beso una obra de arte. Un acto revolucionario. Como si volviéramos a 1984. Al Hermano Mayor de un heteropatriarcado que todo lo vigila y corrompe. Que pretende utilizar “maricón” y “bollera” como si fuera una ofensa, cuando lo que ha conseguido es todo lo contrario. Porque si somos bollos, pensamos devorarlos, pensamos exponerlo, y los transeúntes mirarán hipnotizados.
            Mearemos de pie. Seremos la Fuente de Marcel Duchamp. Bailaremos al compás de El género en disputa de Judith Butler. Elliot no necesita pene para llamarse Billy. Enfúndate unos pantalones azules, una camiseta blanca y serás James Dean. Porque el género no existe. Lo que existen son construcciones asignadas a cada uno. Que nos limitan y bloquean. Que anulan nuestra capacidad de ser algo más que un aparato reproductor. Algo más que aquel por el que nos sentimos atraídos. Que una división en dos contrapuestos. Como si todo se resumiera en hombres y mujeres, como si no hubiera una opción más. Porque existen niños con vagina y niñas que no la tienen. Este es el grito de guerra arrancado a Cabello/Carceller que se reproduce en las fotografías imitando protagonistas de películas, en el casting para Rebelde sin causa. En las huellas de rivolta blanco sobre blanco en las paredes. ¿Acaso tal rebelión no puede lograrse? ¿O son sólo unos pocos ojos los que logran distinguir su tono diferenciado? Tan rápido como lean esa palabra, empezarán a creer en ella. Y en el poder que sustenta cada una de sus letras, que se reproduce como llama y cerilla bombeando aire en sus pulmones.
            En este teatro de actores invitados, del backstage del montaje de la exposición cuyos residuos permanecen como piezas añadidas, lo queer se activa al ser encontrado, contemplado, inhalado. Estamos en el tiempo de los asientos vacíos en salas de cine, entre una proyección y la siguiente, cuyo sonido inconfundible retumba en cada una de nuestras capas, queriendo hacernos conscientes de su presencia, no olvidarla. Como si pudiéramos hacerlo. Como si el latido de las agujas del reloj no marcara el tiempo que sigue pasando sin igualdad de derechos, con calificativos de “feminazis” que se han convertido en nueva bandera, con asesinatos por razones de género y sexualidad. En este borrador, la identidad de las víctimas deja de ser puntos suspensivos, cifras, números que no pueden contener las risas que les estallaban, las lágrimas cuya sal abrasaba, todos los abrazos dados, todas las ganas de respirar reivindicadas. Si somos algo, eso es nuestra lucha, que nunca se dará por finalizada. Como no quedó extinguida aquella de las tantas personas cuyos nombres quedan suspendidos sobre el corredor desde donde sus vidas vuelven a ser llamadas, devueltas, al gritarlas tras un megáfono. Nunca muere lo que el arte no olvida.

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