Ficciones y territorios: Arte para pensar la nueva razón del
mundo.
Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía.
Comisarios: Manuel Borja-Villel, Cristina Cámara, Beatriz Herráez, Lola Hinojosa y Rosario Peiró.
Del 26 de octubre de al 13 de marzo de 2017.
Comisarios: Manuel Borja-Villel, Cristina Cámara, Beatriz Herráez, Lola Hinojosa y Rosario Peiró.
Del 26 de octubre de al 13 de marzo de 2017.
Javier Martín Silva
"La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la
ignorancia es la fuerza" el famoso eslogan del Partido en 1984 cobra sentido literal en la
exposición comisariada por el director del Museo Reina Sofía, Manuel
Borja-Villel, Cristina Cámara, Beatriz Herráez, Lola Hinojosa y Rosario Peiró. Ficciones y territorios se presenta con
una doble finalidad, por un lado mostrar los fondos del museo adquiridos desde
los años 80, por el otro, realizar una crítica social del fin de siglo y
comienzo del milenio, marcados por un sistema económico-político denominado
neoliberalismo.
Si por algo se caracterizan los movimientos totalitarios es
por la creación de enemigos ficticios para justificar sus, de otra manera
inaceptables, atrocidades. Si los nacionalsocialistas proyectaron sus fantasmas
en la figura de los judíos, y los comunistas en la de los burgueses, los supuestos
intelectuales contemporáneos se decantan por un chivo expiatorio más abstracto,
más fácil de damnificar y que recibe pocas objeciones por parte de una
población que simplemente intenta vivir tranquila. Este enemigo es el
neoliberalismo, el demonio hecho ideología, el señor del Monopoly devenido en
entelequia invisible pero tangible, el culpable de todos los males existentes
en el mundo. En qué consiste realmente el neoliberalismo es una tarea todavía
pendiente que nadie ha sido capaz de aclarar de manera satisfactoria, y esta
exposición, por supuesto, no muestra ninguna revelación más allá de discursos
contradictorios, incoherentes y aleatorios como la propia organización
expositiva, una estructura en forma de U con un recorrido extenuante, tanto por
su mala distribución de las salas como por la gran cantidad de obras expuestas.
Resumiendo el concepto tratado, el neoliberalismo es el fin de lo público en
favor de lo privado, el individualismo que acaba con la solidaridad, el imperio
del mercado sobre el poder de la gente, las novelas de Ayn Rand hechas
realidad, y, frente a tal apocalipsis, los artistas contemporáneos son presentados
como personas que a través de sus obras tratan de salvar la humanidad señalando
con inusitada perspicacia todas estas miserias a la vez que proponen modos de
resistencia. Como discurso aceptado por la mayoría de personas a las que puede
ir dirigido, nunca se justifica, simplemente se acepta como dogma de fe, de ahí
que cuando se trata de hacer un análisis medianamente serio, la doctrina del
shock se cae de manera estrepitosa. Esto no quiere decir que los artistas no
reflejen problemas reales, quiere decir que, al igual que el resto de
pseudointelectuales, su capacidad y fiabilidad de diagnosis de las causas es
comparable al de los chamanes del principio de los tiempos, nula. Por ello no
extraña que atribuyan al mercado la expropiación de tierras, como hace
Aranberri en Política hidráulica
(expropiadas en los años 30), la gentrificación, como muestra Han Haacke en Castillos en el aire o Patrick
Faigenbaum y su serie Barcelona vista
desde el Besós, los fracasos del cientifismo, recogidos por Leonor Antunes
o Josiah McElheny, u ofrezcan el modelo
cooperativista como una alternativa de producir, Los trabajadores de Brukman de Creischer y Siekmann, frente al
modelo actual de consumo impuesto y sus consecuencias, Analogue de Leonard.
No hay duda de que la izquierda en su incesante objetivo por
estatalizar la sociedad ha sabido y sabe explotar la dialéctica amigo-enemigo a
la perfección, logrando invertir el significado de los términos. Aún así, el
observador inconformista se dará cuenta del artificio y de que el título
Ficciones y territorios no podría ser más apropiado, el neoliberalismo como
ficción occidental para aumentar el poder del Estado y canalizarlo en favor de
los grupos de interés, entre los que se encuentran las instituciones artísticas
y sus agentes.
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