martes, 14 de febrero de 2017

Dear Visitor, Not visit.

Yaiza González López.

 Ficciones y territorios: Arte para pensar la nueva razón del mundo.
Museo Nacional de Arte Reina Sofía.  
Exposición del 26 de octubre de 2016 al 13 de marzo de 2017,Edificio Sabatini, Planta 3.
Comisariada por: Manuel Borja-Villel, Cristina Cámara, Beatriz Herráez, Lola Hinojosa y Rosario Peiró.  


Manzana caída o caricatura de mono, eso es la contemporaneidad que nos sacude. Una ficción, una mueca clownesca que no implica ninguna rayuela o nostalgia infantil; al contrario, un sistema de neopesadilla espejado, donde la cita dulcificada por Christian Laval y Pierre Dardot "Arte para pensar la nueva razón del mundo" no es menos que un imperativo, ¡¡¡PIENSA!!! Para ello, es necesario el uso de las herramientas acumuladas a la manera Zoe-Leonardesca, o Ibon Aranberiana, donde el conjunto obra(s)- artista(s) soportan la actitud política del gestus Brechtiano, sobre un escenario o territorio móvil audiovisual. No pudiendo ser de otra forma, puesto que nuestros ojos televisivos y publicitarios no se re-adaptarían al pretérito formato de la pintura, ni nuestra face-book podría adoptar el gesto, no teatral, sino de like, rememorado instantáneamente en fotografías no analógicas o anti kodak.
El reconocimiento de la ficcionalidad que supone todo acto dramático, en sí, toda acción, en esta era inmediata, se plantea en la base de este sistema como un acto de compra-venta, donde productor-producto-comprador, bajo el título de "The end is near" nos deleitan con sanguíneos y eternos devoramientos, donde el zombie que vista de Nike come al pequeño. No obstante, la cabecilla sonora de "The walking dead" también puede aplicarse a las obreras de la fábrica Brukman, teniendo como armas patrones, no patronos. La individualización del elemento igualitario, sistemático; el mono, como revolución de los trabajadores que no salen por la salida, que no trabajan de una forma, como fijan Ehmann y Farocki, la obsolescencia que viaja hasta la práctica de los Lumière.

 "Resident Evil" también actúa como el acto performativo de Ines Doujaz donde la extirpación o la castración resisten a modo de sexo desnudo o piel de serpiente que recubre tan injuriosamente la divina, no comedia, sino "Confesionario para los curas de Indios". El cuerpo como espacio incontrolado, teatralizado, per se, pluralizado, cuya otra(s) protagonista(s) son a través del acto perlocucionario de Renate Lorenz y Pauline Boudry: "Soy Salome". También desjerarquizado como el planteado desde el vacío por Jorge Ribalta, mismo vacío interseccionado en cuerpo y espacio desterritorializado a modo de ruina "Mapa Teatro", ocupación del material y lo mecánico, proyectado en diversas pantallas. Nuestra presencia en el espacio de la invisibilidad como el espacio que nos ocupa, trabajo y casa, también vaciada (vacío como instrumento delatante del vacío) por Pedro G. Romero,  con resonancias a taconeo, marca España, sonoridad que plantea en primer plano lo deshabitado, continuado en Vallecas con "Castillos en el aire" de Hans Kaacke, donde la expresión tan castiza como "que hay ropa tendida" acalla la ocupación del ensanche y metafóricamente a los referentes culturales que nombran cada una de sus calles. Mismo acto de amordazar se produce en el caso Raval, donde la gentrificación (esa casa vacía) abusa no de niños sino del espacio desocupado y reocupado por los "no lugares". Ese poder zombeizal remitido, se vuelca en los medios y se propaga a través del nuevo virus, no de Umbrella, sino el miedo de Antoni Muntadas, donde el toque apocalíptico de esta neopesadilla, vuelto tan ficcional como las escenas del mismo, no podría tener otra mueca, ya que en nuestro contexto un payaso de peluca roja y mono a rallas llamado McDonalds es lo que nos hace salivar y consumir, dos instintos procedentes del iunaturalismo en la especie darwiniana. Frente al pastiche de sonrisas y coloridos de bienestar estas resistencias o revisionismos artísticos revelan (analógica y digitalmente) el miedo como motor de control, y la seguridad como motor de justificación al primer término, una ecuación resuelta pero perpetuada al son de Kurt Weill, siguiendo con Brecht, en su "Happy End". 

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