Borrador
para una exposición sin título (cap. ii). Cabello/Carceller.
Centro
de Arte Dos de Mayo.
María Álvarez Villar
Cuando las artistas Helena Cabello
y Ana Carceller recibieron la beca Fullbright para irse a San Francisco,
esperaban encontrar allí un ambiente de tolerancia hacia la homosexualidad y
libertad que distaba mucho de la situación española en aquel momento; sin
embargo, lo que encontrarán será un ambiente volcado principalmente en la
homosexualidad masculina y del que continúan sintiéndose excluidas. Es sencillo
pensar en la desilusión que ese acontecimiento debe provocar, cuando por fin
pareces haber encontrado “tu sitio” y finalmente resulta no ser así; esta idea
de llegar a destiempo, de estar siempre fuera de lugar, está presente a lo largo
de diferentes proyectos en esta retrospectiva: llegar a la piscina cuando ya ha
cerrado, a la fiesta cuando ya se ha terminado... esta sensación de no
encontrar un lugar propio, un ambiente que te acoja, se incrementaría aún más
al tratarse de un colectivo por diferentes causas discriminado: como colectivo
artístico -fuera de muchas convocatorias y becas por no tratarse de una única
persona-, como mujeres y como lesbianas. Incluso podríamos decir que acuden a
ella mediante en su obra mediante la colaboración con amateurs a los que
confrontan con textos o situaciones extrañas, generando una sensación de
desajuste y dislocación. Podríamos pensar, incluso, que toda la esfera
artística se mueve en la actualidad en un destiempo constante: tras los avances
de la modernidad, las catástrofes de las grandes guerras y el fascismo, y los
proyectos fallidos de las vanguardias; nos resulta difícil pensar en algo que
no se haya visto ya, una pregunta aún por formular; mas justamente por eso
seguramente este sea el momento idóneo para promover alternativas y relecturas
del pasado que permitan ver todo aquello que pasó desapercibido, excluido de
las grandes preguntas de la historia y qué proyectos se dieron por inviables
sin ser llevados a cabo.
En este clima de descrédito,
cualquiera se podría preguntar, viendo estas obras que atacan directamente al
binarismo de género, la homofobia y el discurso hegemónico; hasta qué punto es
posible realizar una crítica tanto a la institución del arte como a la sociedad
misma desde dentro de la misma institución que las acoge y que, a ojos del
espectador escéptico, habrá impuesto su propio discurso e intereses sobre
ellos; al fin y al cabo, los intereses últimos de la institución artística serán
los mismos que los de aquella sociedad que discrimina y responde únicamente a
las lógicas del mercado. Sin embargo, como ya señalaba Andrea Fraser, todo y
todos formamos parte de la institución, no puede existir un arte fuera dado que el mismo sentido de este
término, las lógicas con la que lo percibimos responden necesariamente a su
vinculación a la institución. Pero esta relación no se trata de una mera
subyugación, si la institución ha evolucionado es por la evolución del mismo
arte y, dado que el arte no es si no otra faceta de la totalidad de la sociedad
en que vivimos -de ahí las mismas críticas a su vinculación al mercado-,
considerar que la lucha en el campo artístico es menos válida no tendría
sentido.
Entonces ¿cómo reducir esta
sensación de neutralización del proyecto artístico? En este sentido es clave la
labor de los directores de las instituciones y comisarios de las exposiciones a
la hora de comprender y presentar los proyectos. Cambiar la narración
excluyente y hegemónica por una colectiva en la que tengan cabida otros
colectivos y el mismo público, como señaló Borja Villel. La institución debe
asumir la realidad de lo que se presenta y conseguir que los proyectos críticos
dejen su huella y sirvan de reflexión para el progreso de la institución.
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