martes, 28 de febrero de 2017

Desajustes.

Borrador para una exposición sin título (cap. ii). Cabello/Carceller.
Centro de Arte Dos de Mayo.
María Álvarez Villar

Cuando las artistas Helena Cabello y Ana Carceller recibieron la beca Fullbright para irse a San Francisco, esperaban encontrar allí un ambiente de tolerancia hacia la homosexualidad y libertad que distaba mucho de la situación española en aquel momento; sin embargo, lo que encontrarán será un ambiente volcado principalmente en la homosexualidad masculina y del que continúan sintiéndose excluidas. Es sencillo pensar en la desilusión que ese acontecimiento debe provocar, cuando por fin pareces haber encontrado “tu sitio” y finalmente resulta no ser así; esta idea de llegar a destiempo, de estar siempre fuera de lugar, está presente a lo largo de diferentes proyectos en esta retrospectiva: llegar a la piscina cuando ya ha cerrado, a la fiesta cuando ya se ha terminado... esta sensación de no encontrar un lugar propio, un ambiente que te acoja, se incrementaría aún más al tratarse de un colectivo por diferentes causas discriminado: como colectivo artístico -fuera de muchas convocatorias y becas por no tratarse de una única persona-, como mujeres y como lesbianas. Incluso podríamos decir que acuden a ella mediante en su obra mediante la colaboración con amateurs a los que confrontan con textos o situaciones extrañas, generando una sensación de desajuste y dislocación. Podríamos pensar, incluso, que toda la esfera artística se mueve en la actualidad en un destiempo constante: tras los avances de la modernidad, las catástrofes de las grandes guerras y el fascismo, y los proyectos fallidos de las vanguardias; nos resulta difícil pensar en algo que no se haya visto ya, una pregunta aún por formular; mas justamente por eso seguramente este sea el momento idóneo para promover alternativas y relecturas del pasado que permitan ver todo aquello que pasó desapercibido, excluido de las grandes preguntas de la historia y qué proyectos se dieron por inviables sin ser llevados a cabo.

En este clima de descrédito, cualquiera se podría preguntar, viendo estas obras que atacan directamente al binarismo de género, la homofobia y el discurso hegemónico; hasta qué punto es posible realizar una crítica tanto a la institución del arte como a la sociedad misma desde dentro de la misma institución que las acoge y que, a ojos del espectador escéptico, habrá impuesto su propio discurso e intereses sobre ellos; al fin y al cabo, los intereses últimos de la institución artística serán los mismos que los de aquella sociedad que discrimina y responde únicamente a las lógicas del mercado. Sin embargo, como ya señalaba Andrea Fraser, todo y todos formamos parte de la institución, no puede existir un arte fuera dado que el mismo sentido de este término, las lógicas con la que lo percibimos responden necesariamente a su vinculación a la institución. Pero esta relación no se trata de una mera subyugación, si la institución ha evolucionado es por la evolución del mismo arte y, dado que el arte no es si no otra faceta de la totalidad de la sociedad en que vivimos -de ahí las mismas críticas a su vinculación al mercado-, considerar que la lucha en el campo artístico es menos válida no tendría sentido.


Entonces ¿cómo reducir esta sensación de neutralización del proyecto artístico? En este sentido es clave la labor de los directores de las instituciones y comisarios de las exposiciones a la hora de comprender y presentar los proyectos. Cambiar la narración excluyente y hegemónica por una colectiva en la que tengan cabida otros colectivos y el mismo público, como señaló Borja Villel. La institución debe asumir la realidad de lo que se presenta y conseguir que los proyectos críticos dejen su huella y sirvan de reflexión para el progreso de la institución.

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