lunes, 6 de marzo de 2017

Querer quiero, pero no puedo.

Maider López .- Zoom In
Galería Espacio Mínimo
C/ Doctor Fourquet, 17
Hasta el 11 de marzo

Aitor Merino Martínez

 «Que la fe mueve montañas uno lo empieza a comprender más tarde.
Y si no… siempre puedes mover piedras.»
Aitor Merino Martínez a partir de Maider López

La Galería Espacio Mínimo acoge por vez primera un proyecto de la artista donostiarra Maider López. Un montaje monumental dividido en 3 espacios complementarios: el Museo Geominero, la propia galería y su stand en la feria Arco.  No son pocas las críticas recibidas por sus replanteamientos del espacio público (sólo es necesario recordar el feroz artículo de María Peña Lombao a raíz de su intervención en el museo MARCO desplazando la planta del edificio y consiguiendo con ello construir un precioso banco de medio metro atravesando las salas de la planta baja), tal vez por ello haya abandonado la intervención pública para acercarse en este trabajo a unos planteamientos Pseudo-ecologistas.

Aun con las enormes diferencias que las separan, no resulta especialmente complicado crear un paralelismo entre esta propuesta y la dudosa 1645 Tizas que presentó en Matadero hace ahora un año. En ambos proyectos plantea una trasformación del color: mientras que en Matadero convertía el inmenso espacio en un enorme White Cube, esta vez repinta azulejos en un intento por capturar el color de la naturaleza y llevarlo al espacio galerístico (¡nada menos!). En ambas propuestas presuponemos un trabajo grupal previo realizado a puerta cerrada que se nos hace palpable en el resultado expuesto y la documentación aportada. En ambos casos necesitamos alejarnos y acercarnos a la superficie, sólo así podremos percatarnos de las marcas dejadas por la tiza sobre las paredes de la Nave 16 o los pequeños azulejos repartidos por el suelo de la galería. Ambas utilizan la repetición de gestos mínimos para la construcción de obras aparentemente grandiosas, aunque en este caso podríamos dudar de la grandiosidad de esta columna con pretensiones brancusianas.

Como señala la propia artista en la hoja de sala, frente a un paisaje le resulta imposible fijar la atención en un solo color de entre todos los que le conforman. En esta ocasión realiza el proceso inverso y ensalza un solo color a la categoría de arte. Pregunta aparte sería qué nueva percepción del paisaje quiere lograr pintando azulejos, ¿no sería más fácil trasladar directamente los elementos naturales que le dictan el color (una planta, una piedra o una colmena) al espacio galerístico ahorrándonos la mínimo participación de estos estudiantes universitarios? Si Angélica Dass demuestra en su descomunal serie fotográfica lo absurdo de utilizar expresiones como “persona blanca” por la inexactitud de esta y la simplificación que realiza de tal cantidad inmensa de pantones, más absurdo es que Maider pretenda simplificar el polícromo paisaje de los valles de Capadocia en 40 azulejos de colores.


El montaje de la exposición tampoco es que resulta totalmente atinado. A pesar de lo que su nombre dice, las salas de la galería Espacio Mínimo tienen bastante poco de esto último. Un puñado de fotografías dispersas por la sala a diversas alturas, unos azulejos en el suelo que te hacen dudar de si verdaderamente forman parte de la muestra, una brocheta de piedras y un papel impreso con coordenadas geográficas no creo que aprovechen lo más mínimo las posibilidades del espacio. La muestra es un constante quiero y no puedo: unos azulejos que quieren proponer una nueva forma de experimentar el paisaje, una obra  que pretende tener una repercusión social a través de la implicación de un puñado de estudiantes universitarios, un montaje que juega con el inmenso espacio y sus diferentes alturas  colocando obras en mitad de la escalera… una disposición de los objetos con clara tradición minimalista que más que posibilitar una nueva experimentación del paisaje nos permite comprender cómo sería la obra de Carl Andre si este fuese daltónico. Querer quiero, pero no puedo.  Antes de dejarse los ahorros en esto, mejor enterrarlos junto a los otros 10.000 de Karmelo Bermejo. 

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