Maider López .- Zoom In
Galería
Espacio Mínimo
C/
Doctor Fourquet, 17
Hasta
el 11 de marzo
Aitor
Merino Martínez
«Que la fe mueve montañas uno lo empieza a
comprender más tarde.
Y si no…
siempre puedes mover piedras.»
Aitor Merino Martínez a partir de Maider López
La
Galería Espacio Mínimo acoge por vez primera un proyecto de la artista
donostiarra Maider López. Un montaje monumental dividido en 3 espacios
complementarios: el Museo Geominero, la propia galería y su stand en la feria
Arco. No son pocas las críticas
recibidas por sus replanteamientos del espacio público (sólo es necesario
recordar el feroz artículo de María Peña Lombao a raíz de su intervención en el
museo MARCO desplazando la planta del edificio y consiguiendo con ello
construir un precioso banco de medio metro atravesando las salas de la planta
baja), tal vez por ello haya abandonado la intervención pública para acercarse
en este trabajo a unos planteamientos Pseudo-ecologistas.
Aun
con las enormes diferencias que las separan, no resulta especialmente
complicado crear un paralelismo entre esta propuesta y la dudosa 1645 Tizas que presentó en Matadero hace
ahora un año. En ambos proyectos plantea una trasformación del color: mientras
que en Matadero convertía el inmenso espacio en un enorme White Cube, esta vez
repinta azulejos en un intento por capturar el color de la naturaleza y
llevarlo al espacio galerístico (¡nada menos!). En ambas propuestas
presuponemos un trabajo grupal previo realizado a puerta cerrada que se nos
hace palpable en el resultado expuesto y la documentación aportada. En ambos
casos necesitamos alejarnos y acercarnos a la superficie, sólo así podremos
percatarnos de las marcas dejadas por la tiza sobre las paredes de la Nave 16 o
los pequeños azulejos repartidos por el suelo de la galería. Ambas utilizan la
repetición de gestos mínimos para la construcción de obras aparentemente
grandiosas, aunque en este caso podríamos dudar de la grandiosidad de esta
columna con pretensiones brancusianas.
Como
señala la propia artista en la hoja de sala, frente a un paisaje le resulta
imposible fijar la atención en un solo color de entre todos los que le conforman.
En esta ocasión realiza el proceso inverso y ensalza un solo color a la
categoría de arte. Pregunta aparte sería qué nueva percepción del paisaje
quiere lograr pintando azulejos, ¿no sería más fácil trasladar directamente los
elementos naturales que le dictan el color (una planta, una piedra o una
colmena) al espacio galerístico ahorrándonos la mínimo participación de estos
estudiantes universitarios? Si Angélica Dass demuestra en su descomunal serie
fotográfica lo absurdo de utilizar expresiones como “persona blanca” por la
inexactitud de esta y la simplificación que realiza de tal cantidad inmensa de
pantones, más absurdo es que Maider pretenda simplificar el polícromo paisaje
de los valles de Capadocia en 40 azulejos de colores.
El
montaje de la exposición tampoco es que resulta totalmente atinado. A pesar de
lo que su nombre dice, las salas de la galería Espacio Mínimo tienen bastante
poco de esto último. Un puñado de fotografías dispersas por la sala a diversas
alturas, unos azulejos en el suelo que te hacen dudar de si verdaderamente
forman parte de la muestra, una brocheta de piedras y un papel impreso con
coordenadas geográficas no creo que aprovechen lo más mínimo las posibilidades
del espacio. La muestra es un constante quiero y no puedo: unos azulejos que
quieren proponer una nueva forma de experimentar el paisaje, una obra que pretende tener una repercusión social a
través de la implicación de un puñado de estudiantes universitarios, un montaje
que juega con el inmenso espacio y sus diferentes alturas colocando obras en mitad de la escalera… una
disposición de los objetos con clara tradición minimalista que más que
posibilitar una nueva experimentación del paisaje nos permite comprender cómo
sería la obra de Carl Andre si este fuese daltónico. Querer quiero, pero no
puedo. Antes de dejarse los ahorros en
esto, mejor enterrarlos junto a los otros 10.000 de Karmelo Bermejo.
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