martes, 7 de marzo de 2017

La naturalidad de no ser naturales

Zoom In – Maider López
Galería Espacio Mínimo, Museo Geominero, ARCO_madrid
21 de enero – 11 de marzo

Fátima M. Marín Núñez

El arte imita la realidad. O la realidad imita el arte. Pero en cualquier caso, ambos están llenos de color. Incluso la ausencia de él crea una nueva gama. Una conexión con la naturaleza que nos hace comprender lo difícil que es ser ella, conseguir sus tonos, mantenerse viva, flotante. En un movimiento constante entre el origen y el destino, entre el nacimiento y la pieza artística. Así es como Maider López concibe su obra, en su primer proyecto expositivo individual, Zoom In, que danza entre tres sedes distintas, encerradas en el mismo tiempo: la Galería Espacio Mínimo, su stand en ARCO_madrid 2017 y el Museo Geominero, donde el Land Art se redescubre con Moving stones. Como si de una heredera de Richard Long se tratase, Maider vaga los espacios de montañas y valles que conforman Capadocia, en Turquía, diferenciándose del primero en la recolocación de las rocas entre unas cuatro paredes que logran convertirlas automáticamente en arte, en sacralidad, donde nada se puede tocar sino respirarse, reflejándose en las treinta y cuatro fotografías que captan el instante en el que la frase “Toda acción, por insignificante que parezca, tiene consecuencias” fue tallada. Contraponiéndose a ellas, en el piso inferior de Espacio Mínimo, una Columna se alza como elegida de entre las demás piedras del camino, cuya singularidad no es más que la de encontrarse en el lugar adecuado en el momento justo, al mismo ritmo en el que las pisadas de la artista se modelaron. Lo más único de entre la geología más única.
            Capadocia es el centro de todo. De la investigación que lleva al tono exacto de cada una de sus pieles, del viaje cerciorándose de que tal tinte insufla la misma vida, de la metamorfosis que convierte cada uno de los azulejos cromáticos conseguidos en algo más que simple materia, que reproducción de algo existente, con la persistente idea del ser humano de adueñarse de todo lo que ve, hacerlo suyo, demostrar que es imitable, negando su excelencia. Sin embargo, la pieza artística no es el resultado, sino el proceso. Lo mismo que una orilla llena de cantos, este viaje pleno de pruebas conduce al espectador a experimentar un pseudo gesamtkunstwerk, la obra de arte total donde los espacios y tiempos se anulan. Se convierten en mínimo. La verdadera obra es el diálogo del visitante con ese pedazo de tierra marrón, de montaña amarilla, de piedra gris, que desde el suelo lo separa de la fotografía donde dichas muestras fueron tomadas. Es la transportación a otro anhelo, al punto del globo donde, posiblemente, nunca haya estado, que le abre en canal cuando cierra los ojos. El mejor modo de observar detalles es en pantalla en negro.
            Como piezas exteriores al medio, como rocas encerradas en una galería que las cubre con su halo de arte, de pieza importante, distinguida y distante, también las veinticinco personas en veinticinco colinas se desvinculan de su hábitat natural, provocando el primer cambio visible en ellas, donde seguiría el impacto artificial de la zona protegida y patrimonio. ¿Qué sigue siendo naturaleza en el año 2017? ¿Acaso queda algún recoveco del planeta donde no hayan jamás existido huellas humanas? ¿Qué nos queda por pisar, mover, cambiar, derrocar? Nada es natural si ya ha sido inmortalizado, por unos ojos, por un fotograma. Quizá naturaleza sea el término contemporáneo usado para sentirnos bien con nosotros mismos, en la esperanza de que siga existiendo algo así definible, inviolable, donde no haya llegado el daño, la explotación, la deshumanización, corrompidos. La ciencia robotizada y el arte de la simulación. Y Maider: ¿lo secunda o lo refuta?

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